Todo por amor

Se casa enamorada para dejar que su marido haga de ella lo que quiera y es lo que hace

Ingrid ha nacido, crecido y estudiado hasta convertirse en la rubia valquiria que es a los diecinueve años en un pueblo perdido en lo hondo de la provincia de Entre Ríos, cuya particularidad era que, originado en una colonia de inmigrantes alemanes a principios del siglo veinte, se precia en que sus mil quinientos habitantes mantengan pura la sangre al no haberse casado con argentinos u otros inmigrantes, conservando las tradiciones religiosas y sociales de la Bavaria - muy parecidas a las de los amish estadounidenses - por las que aun los padres deciden los destinos de los hijos así como sus futuras parejas; los más jóvenes hablan español con cierta fluidez porque los gobiernos aceptan su libertad de culto y costumbres pero obligatoriamente los chicos deben cursar, por lo menos, estudios primarios en forma oficial y con maestras que llegan al pueblo de lunes a viernes.Por su manejo de ambos idiomas, desde los catorce años ha sido elegida para asistir a las maestras del que fuera su colegio y en esa relación casi cotidiana, estableció vínculos con algunas que le hicieron ver que existía otro país fuera del pueblo y cuando sabe por su madre a quien ha elegido su padre como marido, toma una decisión que esas referencias de las maestras han ido incubando; con cuidadoso tino arma un guardarropas acorde con lo que ve en las revistas de las educadoras, y aun pidiéndole perdón a Dios, se hace de un fondo que su padre guarda como dote para ella, lo que junto a los ahorros de su magro sueldo, la animan y cierta noche especialmente oscura por la falta de luna, carga su mochila para encaminarse hacia la cercana ruta donde a tres kilómetros hay una estación de servicio en la que paran camiones y buses.Cuando el estacionero le informa que recién a las seis de la mañana pasará un bus con destino a Buenos Aires, se desilusiona y se arrebuja abatida en su silla, pero una mujer que está en un grupo de hombres, indudablemente camioneros, se aproxima para decirle que ha escuchado y si quiere, ella junto a su marido pueden llevarla en el camión; contenta por la oferta, porque ella nunca se hubiera animado a ir en un camión sola con hombres, espera los minutos que tardan en terminar de cenar.Con discreción, por su aspecto y por conocer la existencia de la colonia, Mabel la lleva a confesar los motivos del viaje y entonces, tomándola bajo su protección, le dice que no se preocupe porque ella la va a guiar en la ciudad y conseguirle trabajo en las oficinas de la empresa para la cual trabajan; la mujer está sorprendida por la belleza de la “alemanita” que se manifestaba a través de su rostro anguloso, de sus ojos verde clarísimos y de las inocultables formas de su anatomía y sabe que cualquier truhán de los tanto que pueblan Buenos Aires haría de la muchacha carne fácil de cañón y, con pequeños retoques a su mínimo guardarropas, le hace cortar esa cascada de lacio cabello rubio para adoptar un moderno corte desflecado que destaca la belleza aria de su rostro y de mano de su mentora, ingresa a la empresa donde, por su total ignorancia laboral, la ponen a servir café para los empleados, ejecutivos y visitantes.En su inocencia, ella no es consciente de lo que despierta en la gente, especialmente los hombres, que alucinan ante su alta figura de un metro setenta y nueve, sus largas piernas y unos senos y nalgas a los que minimizaba la estatura pero que son verdaderas maravillas y eso, sumado a la belleza sajones de su cara, hacían desvivirse a empleados como a ejecutivos por instruirla en cómo son las cosas y pronto se mueve como un pez en el agua dentro de la pequeña empresa.Con su primer sueldo, agradece a la pareja por haberla albergado y conseguirle el empleo, pero se muda a una pensión para mujeres; transcurridos dos meses, ya se anima a charlar con otra gente de la oficina y un muchacho que le gusta especialmente, aunque es un jefe, la espera una tarde a la salida para invitarla a tomar un café; eso es para ella todo un acontecimiento, porque ni soñándolo, en su pueblo pudiera haberlo hecho con nadie.Como flotando en un limbo, se deja conducir a un discreto cafecito de mesas pequeñas y luces tenues en el que, con la paciencia del predador ante su presa, la envuelve en su conversación y eso termina de confirmarle a Alberto la inocente virginidad absoluta de la espléndida muchacha que se le ofrece en bandeja de plata; aparte del trato cotidiano, se suceden esos encuentros y ya sin poder poner coto a su ansiedad por poseer total y exclusivamente a esa beldad virgen, le propone matrimonio.

Encantada por lo que la vida en la ciudad le ofrece y porque realmente está enamorada de Alberto, acepta más que contenta para, tras los obligados trámites civiles, ir a vivir con él a una cómoda casa de la que será ama y señora; como ninguno de los dos tiene familia, no hay festejos y esa noche Ingrid va a enfrentar una situación que será clave en su vida, marcándola para siempre.

Sabiéndola virgen de toda virginidad, Alberto no quiere asustarla y ni siquiera le ha dado un beso y mucho menos tratado de tener contacto físico. Eso pone justamente en el ánimo de la muchacha una ansiedad que la desasosiega, porque no sabe cómo asumir los preceptos que como mujer sus padres y el pastor se encargaran de fijar en su mente sobre el amor incondicional al marido y una obediencia ciega a su voluntad.

Conocedor de esa sumisión casi abyecta que su cultura le hace adoptar con respecto a él y en el convencimiento de que las mujeres ponen barreras sexuales a los hombres sólo porque aquellos temen contrariarlas, terminando por ser dominadoras en la pareja, pone en practica su teoría de que lo que se hace con la mujer en su primera noche, señala la profundidad de su entrega y liberación sexual.

Al salir del baño con una pequeña toalla atada su cintura, la ve sentada en una mitad de la cama y, a juzgar por lo que la sábana conque se cubre hasta el pecho deja entrever, no viste prenda alguna; en la penumbra amarillenta de los pequeños veladores, se quita la toalla dejando ver el sólido colgajo de su verga amorcillada y llegando a la cama, toma la sábana para arrancarla de un tirón, dejando al descubierto la belleza inimaginable de la germana.

El largo cuerpo de una tez marfileña casi blanca lo impresiona porque no era creíble que debajo de esas faldas holgadas y esas blusas informes, se pudiera esconder semejante hermosura; las larguísimas piernas son una obra de arte de la escultórica por la progresión de sus formas y las firmes caderas dejan a la vista el nacimiento de una vulva prominente que se corresponde con el vigoroso bulto mullido del Monte de Venus y hacia arriba nace un compendio anatómico de músculos, oquedades y prominencias que sintetizan la proporción femenina hasta la perfección.

Ese todo armónico y deslumbrante, se completa con los senos, unas grandes peras que se elevaban erectas y sin esa chatura tan común que les resta atractivo sobre una caja torácica en la que se marcan suavemente las costillas; las tetas magistrales de Ingrid muestran en la parte superior un aspecto gelatinoso que los estremecimientos involuntarios de la chica hacen notables y sobre el vientre se eleva la más que sólida comba de unas tetas que exhibían las dilatadas aureolas intensamente rosadas de las rubias verdaderas a las que presiden unos largos y puntiagudos pezones que desasosiegan a Alberto.

Dejando de lado el impulso de abalanzarse sobre ese cuerpo maravilloso para hundirse en la promesa de sus labios tan deseados, decide que es el momento de ejercer su superioridad sobre la mujer y arrodillándose a su lado, la hace abrir la piernas con brusquedad para, bajando la cabeza, hundir la boca en aquella alfombrita de vello dorado que lo conduce inevitablemente hacia la vulva y abriendo sus labios con dos dedos, deja a la lengua tremolante excitar fuertemente al dormido clítoris.

Ignorante total del sexo, Ingrid no atinaba a distinguir lo bueno de lo malo y cree que de esa forma se satisfacen las parejas, porque al influjo de los labios y la lengua estregando esa zona vedada desde siempre para la caricia, siente nuevos cosquilleos corriéndole el cuerpo placenteramente y cuando la boca toda parece engullir al sexo con voraces chupadas y un dedo pulgar presiona en círculos al clítoris, un hondo e involuntario suspiro de alivio se hace sonoro para su marido que, fiel a su propósito de someterla a lo más duro como iniciación para que lo demás venga por añadidura, se yergue para levantarle la grupa y embocando la punta la verga ya dura en el culo, va presionando cuidadosamente.

Los murmullos complacidos van variando el tono en desesperados grititos y sollozos que la culeada le provoca y entonces, cuando toda la cabeza ha desaparecido, inicia un pausado vaivén, sabiendo que los dos esfínteres anales eran lo único con tan alta sensibilidad en el ano; mágicamente, los ayes y jadeos doloridos de Ingrid van disminuyendo para ir convirtiéndose en gemidos de puro placer y entonces, él mete el falo hasta golpear con la pelvis en las nalgas.

Ella creyó desmayar de dicha por el placer que Alberto le brindara con su boca pero en cuando siente apoyarse en su culo lo que no puede ser sino la cabeza de la verga y en medio de un dolor infinito como jamás experimentara en su vida comprimiéndole la glotis y un mar de lagrimas surgiendo de sus ojos espantadamente desorbitados, sufre la dilatación de los esfínteres y una cosa monstruosamente gruesa la penetra para luego de un momento moverse adelante y atrás; extrañamente, ese rozar de la carne contra sus músculos, va proporcionándole en forma paulatina un goce extraordinario, un placer de inefable dulzura y cuando él le junto las piernas para empujárselas de manera que su cuerpo se separe aun más de la cama, acuclillándose para hacer la penetración cada vez mas honda, no puede sino alentarlo a que la culee de esa forma espectacular mientras sostiene su grupa alzaba con las dos manos

Como Alberto especulara, si ella aceptaba gustosamente ser culeada de esa forma casi animal sin protestar, podría hacer con la alemanita lo que quisiera y sacando totalmente la verga para observar como el culo permanece unos instantes abierto como un caño dejando al descubierto la tripa para luego ir contrayéndose nuevamente en un apretado haz y volviendo a someterlo a la presión, la penetra entre alabanzas y asentimientos de Ingrid, una y otra y otra y otra vez; ella ya patalea descontrolada sacudiendo la cabeza de lado a lado mientras su cuerpo corcovea indómito en procura del placer y entonces, como su propósito no es acabarle en ese lugar, saca la verga para abrirle las piernas a los costados y abalanzarse sobre el espectacular cuerpo de la muchacha.

Las sensaciones son tan hondas que Ingrid, desplegando su espléndida sonrisa que contradictoriamente la hace parecer mas lujuriosa, sigue prodigándose contra la ya inexistente verga y recién cuando las fuertes manos de su marido comienzan a sobar sus tetas y la boca empieza a ascender por el vientre sorbiendo los sudores del esfuerzo, cobra conciencia de cuanto placer proporciona el sexo de manos de un hombre y acariciando los cabellos de quien le da tanta felicidad, lo alienta a darle aun más. Y eso es lo que Alberto hace; enloqueciéndola con los manoseos, besos, chupadas y mordidas a los senos, va acomodándose nuevamente entre las piernas para restregar la alicaída verga contra los pliegues mojados.

Recuperada su rigidez y en tanto llega a estrechar en cariñosos besos esa mórbida boca que responde súbitamente sabia y al tiempo que ella se estrecha contra él apasionadamente, conduce con una mano al falo para que vaya penetrando suavemente la vagina; sintiéndola estremecerse conmovida mientras ahoga un gemido dolorido, sigue empujando hasta que la cabeza choca contra el fondo y después de darle un momento en que ella calma sus violentos espasmos, comienza a cogerla con parsimoniosa lentitud y a ese conjuro, los ayes van cambiando de expresión, en tanto las largas piernas de Ingrid envuelven instintivamente su cintura.
You will be spanked, bad boy!

Todo es nuevo para la inocente muchacha y aunque dolorosos en cada comienzo, esos acoples con Alberto le hacen alcanzar tales niveles de un disfrute desconocido, que bendice la atávica orden que la convierte en sumisa servidora sexual de su marido y prometiéndose no defraudarlo al someterse ciegamente a sus deseos, se abraza con las manos engarfiadas a su torso y haciendo presión con las piernas en instintiva cogida, se proyecta contra la formidable verga; el sabe que ella tiene que estar próxima a experimentar su primer orgasmo y esmerándose, la penetra en rítmica cadencia hasta sentir como cambia el tenor de sus jadeos para convertirse en exigentes bramidos de placer hasta que Ingrid, envarando su cuerpo y sollozante, se desploma exhausta mientras él vacía su esperma en la vagina.

Con verdadera devoción como a la religión a que se entregara en la colonia y de acuerdo a esos preceptos, creyendo a pies juntillas en eso de la discreción entre marido y mujer por la que debe acceder entusiasta a las más aberrantes posiciones a que la obligue hacer, se entrega con apasionada enjundia al sexo y de acuerdo a sus instrucciones, durante el día, se extasía contemplando durante horas toda la inmensa variedad de videos pornográficos que le brinda la internet y que luego hace realidad con Alberto.

Al cabo de un año y gracias a su empeño, ha logrado captar la esencia del sexo y ya no se conforma con ser pasiva sino que ahora exige perentoriamente a su marido a hacer cosas de las que él no la creía capaz; para comprobar la hondura del hambre sexual que parece invadirla sin continencia, Alberto planifica todo con su amigo Martín y organiza una cena en la que este llevará como presunta novia a una conocida de ellos que, además de trabajar de escort, satisface a lesbianas de la alta sociedad.

Para cumplir con ese propósito, hace reservas en un famoso restaurante que queda casi a treinta kilómetros de la ciudad para que en ese viaje, Mariana se gane la confianza de su mujer como prólogo.

Cuando ocupan la mesa, ya las mujeres se tratan como verdaderas amigas después del sordo cuchicheo en que sostuvieran intimidades como sólo las mujeres saben hacerlo en el asiento trasero; trascurrida la cena y ya en la alta noche, vuelven a ocupar el asiento trasero e inopinadamente para Ingrid, Martín se suma a ellas mientras Alberto se limita a su papel de conductor; seguramente influida por el vino que ellos se encargaran de servirle durante toda la velada y el intencionado palabrerío de la mujer para conducirla a una excitación subyacente, la hacen ignorar la presencia del amigo de su marido y cuando la soledad nocturna del camino coloca un monótono run-run en el aire, cuchicheando nuevamente, muy próximas, la entrerriana acepta sin problemas que Mariana pase un brazo por sobre sus hombros y tras un momento, tomándole el mentón entre sus dedos, acerque la boca para rozar suavemente sus labios.

Cientos de veces ha visto relaciones entre mujeres en los videos y siempre se ha preguntado intrigada qué cosas se experimentan en ese sexo homosexual; ahora y obnubilada por el alcohol pero fascinada por la sugerente voz de la mujer, no opone resistencia alguna y cuando siente la tibieza de su lengua hurgando entre los labios y las encías, sin siquiera pensarlo, estrecha la cintura de Mariana con una mano al tiempo que la otra se asienta en la desnuda nuca para atraerla hacia ella aun más; imbuida ya del valor de la sexualidad femenina y dando rienda suelta a esa curiosidad que la lleva a buscar casi vorazmente cosas nuevas, afloja la boca y se hunde en un beso profundo con la mujer que provoca con su lengua a la suya y pronto, ambas se pierden en un combate en que se fustigan, se trenzan y cobran rigidez para que la otra la chupe como a un pene.

Desviándose por un camino vecinal, Alberto conduce hasta la cercanía de un grupo de árboles mientras observa complacido como la experimentada prostituta conduce a su mujer por los caminos del lesbianismo y como aquella responde a ese reclamo con fervoroso entusiasmo; Ingrid nunca ha experimentado las sensaciones que hacerlo con la mujer le provoca y sin darse cuenta cómo, en algún momento, cobra conciencia de que tanto ella como Mariana están desnudas conservando sólo los zapatos:

Las manos sabias de la hetaira se adueñan de las magnificas tetas que el ejercicio continuo con su marido consolidara, al tiempo que los cuerpos se estriegan con ciego frenesí hasta que Mariana concreta el descenso de la boca por el cuello de la alemanita; besuqueando y lamiendo la ruborosa piel del pecho hasta llegar al estrecho valle entre los senos en tanto una mano ciñe a uno desde la base para presionarlo cada vez con mayor pujanza, la lengua retrepa la comba vigorosa. Fascinada por ese nuevo sexo, bendice a su marido por permitir esa expansión de su concupiscencia en el ansia por conocer las profundidades del sexo y cuando siente la boca de la “novia” de su amigo alcanzar el bajo vientre, en súbita inspiración y manejándola fácilmente por su corpulencia, aferra a Mariana por las axilas para alzarla y ágilmente la recuesta sobre el ángulo del asiento.

Complaciendo la lascivia de aquella formidable chica, la prostituta abre sus piernas asentando una en el piso y otra encogida sobre el respaldo y entonces Ingrid se precipita golosa sobre ese sexo femenino al que accederá por primera vez en su vida, ya su aspecto pulido y abultado la seduce y para completar la atracción los fragancias que fluyen de él la impulsan a acercarse y ante esa implícita invitación de la vulva enrojecida entreabriéndose para exhibir las tentadores frunce de los labios internos, algo más potente que su voluntad la obliga a sacar la lengua para recorrer tenuemente la raja de arriba abajo y esos jugos terminan por enajenarla.

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Ágilmente, Ingrid sube sus largas piernas al asiento y así arrodillada, separa todavía más los muslos de Mariana, dejando que la lengua desarrolle toda esa experiencia ensayada con su marido y tremolante, escudriña en la hendidura ayudándose con dos dedos, maravillándose al encontrar los labios retorcidos en innumerables frunces que en la parte inferior desarrollan dos excrecencias semejantes a lóbulos; encendida por la promesa, fustiga las carnosidades en tanto su dedo pulgar comienza a fregar al arrugado capuchón del ya alzado clítoris.

Lo que ella ignora es que todo a sido calculado por el trío y en tanto ella se afana en la entrepierna de Marina, Martín ha ido desnudándose y ahora que su grupa se le ofrece empinada por la posición, esgrime su verga como un ariete y de acuerdo a las instrucciones de Alberto, la apoya sobre el culo para, aferrándola fuertemente por las ingles, comenzar a penetrarla muy despaciosamente, recibiendo en recompensa el estridente sí de la mujer de su amigo.

Como siempre, la culeada saca de quicio a la muchacha ya enviciada por semejante posesión y la que recibe los beneficios de su frenesí es Mariana, ya que Ingrid vuelve con fuerzas renovadas a hacer prodigios en su concha a la vez que con tres dedos penetra la vagina y sabiéndolo por ella misma, busca el sitio estratégico del punto G para restregarlo con tal vigorosa insistencia que Mariana, viéndola disfrutar de la ahora violenta culeada de Martín, se desprende de ella para colocarse invertida debajo; la entrerriana no puede creer que esas dos personas estén haciendo realidad esas locas fantasías que la atacan desde hace un tiempo como fruto de los esmeros de Alberto en introducirla al sexo más duro y vicioso y en tanto siente a dedos y boca de la mujer entregándole exquisitas sensaciones que complementan las de la culeada, sume su boca en esa concha de ensueño para darse un banquete con semejante esplendidez.

Los ayes, sollozos, gruñidos, bendiciones y bramidos de los tres llenan el habitáculo del auto y cuando ella proclama jadeante la llegada de su orgasmo en tanto siente desgarrársele el vientre por las contracciones y espasmos que expelerán sus jugos, recibe en su boca los fragantes de Mariana y bramando como un toro, Martín saca la verga del culo para hundirla en la caldosa vagina derramando la tibieza del semen que inevitablemente termina por drenar hacia la boca voraz de Mariana…por unos momentos más y como si no hubieran tomado conciencia de sus eyaculaciones, siguen prodigándose, hasta que una lasitud, un agotamiento total, los hace ir deteniéndose hasta derrumbarse todavía enredados sobre el asiento.

En el viaje de regreso a su casa, ninguno hizo referencia a lo extraño de la situación ni a su insólita respuesta, pero Alberto vio por sus gestos y una sonrisa de gata satisfecha, que aun rememoraba los momentos pasados y en la mañana, lejos de demostrar cansancio, no evitó referirse a lo vivido con una verborragia entusiasta que llevó a Martín a preguntarse si realmente aquello había sido esperado o deseado por ella; incapaz de mentirle a quien adoraba no sólo porque fuera su marido sino por el agradecimiento que no la abandonaría jamás, Ingrid intenta explicarle su evolución física y mental con respecto al sexo y sí, debe de admitir que unas ansias, una hambruna que inexplicablemente carcomen sus entrañas, le hace desear cometer las máximas locuras sexuales, aun a riego de su integridad.

Satisfecho de que sus esfuerzos por convertir a aquella vestal en una ninfómana a la que, afortunadamente, nada parece sosegar, le comenta si estaría dispuesta a tener nuevas relaciones con Martín y quizás algún otro de sus amigos y ante su entusiasta respuesta de que, si a él le complace que lo haga, nada podría gustarle más, Alberto le pide que realice las compras necesarias para que ese mismo sábado él haga un asado y con ese pretexto reunir a quienes pudiera; más contenta por gratificar a su adorado que si le hubieran hecho un fastuoso regalo, se apresura a concurrir a una carnicería especial y tras comprar lo necesario para hacer buenas ensaladas de acompañamiento, no olvida los vinos preferidos de Alberto ni aquella leña que según él da sabores singulares a las carnes.

A pesar de que ella lo sabe innecesario, mete su largo cuerpo en un tibio baño de inmersión perfumado con aceites aromáticos y luego de revisar cuidadosamente el largo de sus uñas para no cometer excesos en sus momentos de más alta excitación y comprobar la eficiencia del depilado total especialmente en la zona genital, tras secarse, coloca estratégicas gotitas de perfume en axilas, muñecas, entre los senos y en las canaletas de las ingles; vistiendo sólo uno de esos vestidos cortísimos de verano, se sienta a ver algunos videos de dobles penetraciones para conocer las actitudes de los hombres y el comportamiento de las mujeres hasta que Alberto regresa del club y va preparando las cosas para la parrillada.

En tanto su marido cocina las distintas piezas de carne y achuras, Ingrid va preparando las ensaladas y pone la mesa en el living para estar más cómodos; aproximadamente a las ocho llega Martín y tras darle un distraído beso en la mejilla que sin embargo la conmueve al presentir que dentro de poco su magnifica verga estará en ella; cuando la carne está a punto, se sientan a la mesa pero en los pocos minutos siguientes van llegando otros tres amigos a quienes no conocía. Sabiendo sus reacciones, Alberto ha planeado su llegada de a uno para que ella vaya alimentando su morbo al verlos individualmente, porque su estatura y corpulencia no da lugar a especulaciones con respecto a sus miembros y estuvo en lo cierto porque, sin ser Ingrid pequeña, la presencia de los poderosos hombres la intimida al tiempo que le hace presentir disfrutes inimaginables.

Aunque afable y un poco achispada por el tono subido de las conversaciones que le hace lucir picadamente la espectacular sonrisa de esa amplísima boca y el alegre relumbrar de sus claros ojos, Ingrid espera impaciente su terminación que, seguramente, marcará el comienzo de las acciones y así es; con los utensilios aun sin retirar de la mesa y algunos todavía con una copa de vino en sus manos, los hombres van tomando asiento en los dos amplios y largos sillones: los tres últimos en llegar en uno y en el otro, Alberto, Ingrid y Martín.

Casi como desentendiéndose de ellos, Martín conversa con sus otros amigos en tanto su marido va preparándola y metiendo la mano por debajo de la casi inexistente falda, va levantándola lentamente a la par que busca su boca con los labios; caliente por la tensa espera, ella recibe con entusiasmo los besos de su marido y los dedos jugueteando en su concha, colaborando cuando las manos de Alberto llevan al vestidito por encima de la cabeza y la magnificencia de su soberbio cuerpo quedó al descubierto.

Fascinados, como alucinados, los hombres no dejan de admirar ese físico privilegiado que no desmiente los relatos de Alberto y Martín, dejándolos pasmados la tranquilidad con que aquella jovencita enfrenta la posibilidad de ser poseída por cinco hombres con verdadero entusiasmo, a presumir por la pasividad con que permitía a su marido exhibirla impunemente; por el contrario, a la ex campesina, la excita saberse observada e impúdicamente se abraza a Alberto para restregarse contra él en tanto abre aparatosamente las piernas para permitir meter tres dedos en su concha.

Los amigos no pueden apartar la vista de esos muslos de ensueño que rematan en tan espléndidas nalgas ni el contundente aspecto hinchado de la vulva depilada. Lo que ella no sabe, es hasta qué punto Alberto decidirá conducirla y experimenta un escalofrió cuando siente contra su vagina uno de aquellos objetos extraños que él probara dolorosamente hace unos meses; se trata de una esfera de metal de unos cinco centímetros muy pulida que está unida a una fina varilla con un manillar para sostenerla y que el denominaba como “ablandora”.

Bajando la boca a las tetas temblorosas por la ansiedad y el temor, Alberto se ceba en las aureolas y los pezones mientras, con una técnica única, pasea la bola para dilatar bien los tejidos ya mojados por el traqueteo de los dedos y progresivamente, en sucesivos intentos, va presionando la boca vaginal que paulatinamente rezuma mucosas; aferrada a su cabeza y colaborando con el martirio, menea levemente la pelvis y rechinando los dientes, siente como la esfera avasalla los músculos para finalmente alojarse en el canal vaginal y en medio de sus entusiastas asentimientos sollozantes, simula una fantástica cogida.

Una vez dentro, la esfera roza agradablemente las carnes y frota efectivamente la callosidad del punto G; por eso y cuando él la conduce para que se de vuelta arrodillada para ofrecer a los amigos la vista de su espectacular grupa, asiente complacida y, separando las rodillas, hace lugar a su mano para que estruje en círculos al clítoris. Ignorante de que Martín se desnudara y suplantara a su marido para hacerlo él, disfrutando con los ojos cerrados por el goce de la cogida del artefacto, expresándolo en sonoras exclamaciones de contento, hasta que aquel volvió a su lado portando otro de esos artilugios.

Colocándose junto a ella del otro lado, hace presentir a Ingrid que algo va a cambiar cuando él echa una buena cantidad de lidocaína sobre el culo y esperando un momento, va apoyando la otra esfera para comenzar a presionar; Ingrid comprende enseguida la intención de su marido y entusiasmada por ese prologo a una verdadera doble penetración, bramando de dolor pero consintiendo con sus expresiones más groseras al ser los esfínteres mucho las sensibles que los músculos vaginales, gruñendo e insultándolos pero como desafiándolos a vejarla aun más, sacude la portentosa grupa hasta que la insistencia de Alberto hace que la bola se pierda en la tripa con el consiguiente suspiro aliviado de la alemana.

De acuerdo a su estoica formación, para Ingrid es un orgullo el satisfacer los deseos de su marido por más impuros que fueran en una verdadera inmolación que la llena de felicidad; por eso es que, esperando que ella calme su pecho con hondas inhalaciones y bufidos, cuando los hombres reinician esa doble penetración haciendo que las esferas ahora se restrieguen a través de los tejidos de los órganos, lanza un sí de terrible contundencia a la vez que golpea con los puños en asiento.

A los pocos minutos de esa cogida-sodomía en la que Ingrid coopera encogiendo y distendiendo el vientre y viendo que ya está lista cómo él quiere, Alberto retira la esfera del culo y, después de haberlo hecho Martín en el sexo, la reemplaza por su propia verga.


She is bound to be passionate!

Dolorida pero satisfecha, siente como Alberto la acomoda de modo que pueda alzarla por los muslos y mostrando el poderío de su musculatura, la sostiene en el aire para ofrecérsela a Martín que aprovecha para penetrarla por la concha y así, apretada entre los dos hombres, con un falo en el culo y otro en la concha, sosteniéndose con las manos en la nuca del amigo, disfruta como nunca lo hiciera; realmente, las esferas han actuado como ablandadoras aunque el roce de las dos vergas en su interior es infernalmente duro; afirmando las largas piernas contra la caderas de Martín y utilizando los brazos para darse impulso, sostiene una jineteada a las dos vergas que le resulta exquisita y en tanto les pide por más y más sexo, es Alberto quien sale del culo y ayudando a su amigo a acostarse en el asiento, provoca que Ingrid comience un discreto galope sobre Martín en una de las posiciones que más le gustan.

En tanto él se regodea sujetando entre sus manos las magnificas tetas que bailotean dispares para estrujarlas entre los dedos, ella aprovecha que todavía mantenía las piernas acuclilladas para elevarse hasta que el recio falo de Martín parece salir del sexo para iniciar una lenta y profunda penetración al tiempo que va cambiando la altura de las piernas para que la verga tanto raspe un lado como el otro de la vagina; los otros hombres miran deslumbrados el fantástico cuerpo de Ingrid subiendo y bajando mientras la verga parece ser devorada por esa concha ávida, pero cuando ella sale del falo estirando totalmente para inclinarse haciendo un prodigio de flexibilidad y tomando la verga mojada con sus jugos, alcanza a semejante portento con la boca chupar y chupar con gula animal.

Tanto para Martín como para Alberto y sus amigos, la joven entrerriana parecía representar la imagen rediviva de Brunhilda, la más famosa jefa valquiria por la opulencia de sus formas y el lacio cabello rubio que con sus cortos mechones desparejos de da un aspecto de jovencito rebelde; verdaderamente, Ingrid ya no es consciente de lo que hace y superada por su lascivia, cuando termina de chupar la inmensa verga la alterna con recias penetraciones al sexo en un enloquecido alargar y encoger las piernas, exhausta y al tanteo, la apoya sobre los esfínteres y en medio de un rugido satisfecho, la mete totalmente en el culo.


Asian pussy wants your attention!

Ahora sí, apoyándose en sus rodillas alzadas, vuelve a flexionarlas para sentir en plenitud esa verga adorable transitando su tripa y en tanto se masturbaba con los dedos y los ojos cerrados por la felicidad que encuentra, sube y baja denodadamente como si en ello le fuera la vida; el mismo Alberto no da crédito a la lubricidad de su mujer y cuando esta se detiene para dar media vuelta con la verga dentro y echando hacia atrás los brazos, apoyada en los pies formando un arco formidable, inicia un movimiento adelante y atrás sobre el falo al tiempo que suplica roncamente que alguien la penetre por la concha, Alberto no duda en palmear la espalda de David para que este tenga el privilegio de esa doble penetración.

Esa elección no era al azar, ya que si su mujer es capaz de aguantar la monstruosa verga de David, cualquier cosa que la siga le parecerá una nimiedad; hasta Martín cuando ve quien será el próximo, va reduciendo sus movimientos a un suave meneo y la alemana, quien está con la cabeza echada hacia atrás para tener más perfecto impulso, siente el tamaño de lo que se está metiendo su concha, parece recuperar la conciencia y el paso de la verga va colocando en su boca un desgarrador aullido que se agudiza con el sufrimiento pero ese afán masoquista que la habita, la hace convertirlo en un oscuro bramido a la vez que azuza al hombre a cogerla bien fuerte.

El gigantón la sostiene por las caderas y ella, enardecida por el sufrimiento tan atroz, ensaya corcovos desesperados hasta que se da cuenta que del dolor-goce, el primero se reduce a una sensación de referencia pero lo realmente intenso era el placer que la excede y afirmando los brazos en la cama, proyecta su cuerpo para gozar enteramente de tan monumental verga; Alberto la ha hecho conocer las delicias del verdadero fisting y ella calcula que el falo de David tendrá el grosor de un antebrazo y entusiasmada por los raspones y excoriaciones que le produce, se solaza en esos ardores.

Alberto se congratuló de su decisión porque justamente ese es el espectáculo en que quiere verla involucrada, mostrándose en toda su verdadera dimensión de hembra, formando un perfecto arco para permitir la penetración de los hombres, con Martín desde abajo y David acuclillado como un fauno demoníaco sobre su entrepierna; pidiéndole a Nicolás que lo acompañe y a Damián que ocupe el lugar de David, una vez que este lo hace, se acercan a la cabeza de Ingrid que ella sacude frenética a los lados con su esplendorosa sonrisa a pleno y tomándosela, acerca la verga a su inmensa boca que, reconociéndola, se abre complaciente.

Se la nota ostensiblemente entusiasmada por el trabajo de esa nueva verga aunque el tamaño no difiriera en mucho con la de David y Alberto le pide a Martín que la sostenga por los hombros al tiempo que invita a Nicolás a imitarlo y cuando ella comprueba la rígida tersura de las vergas en su boca, las masturba a con los dedos y se multiplica en la mamada; Ingrid no cabe en sí de tanta felicidad por los incontables orgasmos que brotan del útero con tan fenomenales sensaciones y prodigándose con manos y boca en las vergas, disfruta como loca de los dos falos que la socavan en culo y concha.

De esa manera, en un tiempo sin tiempo, y después de que todos se turnaran para cogerla y que los mamara, en medio de sus clamorosos reclamos de que acabaran en su boca, Alberto la hace salir de encima de Martín y colocándola arrodillada con las piernas separadas y la cabeza descansando en sus antebrazos, hace que todos sus amigos vayan conociendo las virtudes de esos magníficamente elásticos esfínteres anales de su mujer en tanto él se coloca frente a su cara para que siga chupando y masturbándolo; esa nueva posición no sólo le es más cómoda sino que las culeadas dan descanso a los tejidos vaginales y le procuran mas placer, especialmente por el complemento de la verga que mama y de la que espera la eyaculación.

Pero no es así, sino que los hombre inician un nuevo carrusel que la lleva otra vez a la máxima expresión del goce hasta que Alberto la saca de su abstraído goce y haciendo acostar sobre la alfombra a sus amigos formando un cuadrado con las entrepiernas lo mas cerca posible y la vergas alzadas, la empuja para que se de el reclamado banquete final de sus eyaculaciones; ávida como una loba hambrienta, se abalanza sobre ese póquer de vergas y mientras se solaza masturbándolas y chupando con voracidad, siente como su marido la penetra analmente desde atrás.

Agradece a Dios que, de entre tantos hombres, haya tenido la fortuna de conocer a Alberto, quien supiera conducirla a ese maravilloso mundo del placer que ella espera se ampliará con otros hombres y mujeres. Sintiéndose en el mejor de los cielos y con una gratitud enorme hacia Alberto y sus amigos, se brinda vehementemente hasta que de las vergas, como de un fuente, comienza a brotar una cantidad de semen como nunca imaginara tragar al tiempo que su marido derrama su simiente en el útero.

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