Como En Una Película Porno

Desperté satisfecha y con una sonrisa perezosa en mis labios. Retocé en la cama dibujando movimientos felinos y hasta ronroneé un poco recordando los eventos de la noche anterior. Me encontraba atada de manos y pies, colgada boca arriba con mi sexo expuesto y las tetas al aire. El lugar estaba apenas iluminado; una especie de almacén dejado a la suerte del tiempo.

Mantener la cabeza mirando hacia el frente me suponía un gran esfuerzo y en más de una ocasión simplemente la dejé caer, provocando que mis largos rizos castaños barrieran ondulantes el suelo.

Escuché un taconeo lento pero firme. Levanté el rostro y allí estaba: la mujer más sexi e intimidante que he visto en mi vida. Vestía un corsé negro con sus lindos pechos turgentes desnudos, con las aureolas de una tonalidad rosa perfecto, los pezones erectos y una sonrisa maliciosa en los labios rojos. Llevaba el pelo corto a capas, de un negro azabache imponente y su monte de Venus estaba expuesto al igual que sus largas piernas. Enfoqué mi vista otra vez en su pecho. Tenía un tatuaje que ocupaba casi toda la parte superior de su seno izquierdo. Era una serpiente enroscada en lo que parecía ser un falo jugoso y duro. Cómo deseé que me penetraran largo y duro, que me hicieran gritar como una zorra y me dieran sin piedad hasta que sintiera que me partía en dos.

Lorena se tocó el pezón, le excitaba que la miraran.

Se acercó a mí y levantó un pequeño látigo. Lo miré con una mezcla de miedo y excitación, pues sabía que mientras más fuerte me castigara Lorena, con más intensidad me haría llegar al orgasmo. Descendió la punta del mango por mi vientre hasta llegar a mi concha. Yo ya estaba mojada. Mi ama giró bruscamente el látigo y me azotó la raja. No pude contener el grito de dolor que escapó de mi garganta, lo que provocó que ella continuara castigándome hasta que tuve la concha roja e inflamada; sin embargo, no podía negar que estaba más húmeda y con los pezones duros. Quería tocarme, quería meterme un dedo y luego otro, bombear dentro de mi orificio pegándome a las paredes de la vagina y luego introducir otro dedo, pincharme un seno hasta que me doliera y luego buscar uno de mis falos de juguete y deleitarme con él hasta llegar al clímax.

Lorena caminó hasta quedar detrás de mi cabeza, se reclinó sobre mí y logró bajarme un poco hasta que quedé a la altura de su vulva. Olía a excitación y deseo, y sin que me lo ordenara sabía que debía lamerle la raja hasta hacerla llegar al cielo. Así lo hice. Ella se separó los labios permitiéndome el acceso a su semilla. La lamí tiernamente al principio, sabía a sal y sexo. Los grititos de Lorena me excitaban, así que cuando tomó mi cabello con sus manos y me acercó más a su concha, comencé a chuparle el clítoris con más ahínco, succionando como si mamara la teta de mi madre.

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Casi no podía respirar. Los jugos de su concha me asfixiaban, pero aún con la falta de oxígeno no me detuve. Seguí retozando con su semillita hasta ponerla dura y turgente. Yo movía la cabeza de arriba hacia abajo con una destreza adquirida gracias a la práctica. No era la primera vez que Lorena me usaba como su puta personal. Al fin sentí sus líquidos bañarme el rostro y percibí cómo sus espasmos de placer la estremecían. Respiró con dificultad unos segundos, luego se sacudió los hombros y me rodeó de nuevo hasta quedar frente a mi concha.

“Por fin,” pensé. “Me la va a chupar.”

Lorena se colocó de rodillas y me separó las piernas bruscamente. Hubiera gritado de dolor si no fuera porque me devoró la raja sin preámbulo. Sentí su lengua húmeda dentro de mi hoyito, que luego viajaba a mi semilla y la chupaba como si fuera una golosina. Me sentía extremadamente caliente. Entonces, de repente, dejé de sentir la succión en mi coño. Mi ama se había puesto de pie y se dirigió a una esquina de la estancia. No podía ver lo que hacía con claridad, pero cuando regresó me percaté del enorme falo que llevaba puesto. Negro, brillante y por siempre duro. Me la metió toda de un golpe, sin prepararme para la emboscada.

- “Ah, ¡ah! ¡Sí!” grité.

En mi éxtasis quise contemplar a Lorena. El sudor hacia brillar su piel; una gota bajaba seductoramente por su cuello hasta perderse entre sus senos. Me tomaba con fuerza de las caderas para metérmela y su rostro se tornó en una expresión dominante y agresiva. Los pezones danzaban con el vaivén del sexo. Era hermosa.

No pude continuar observándola por más tiempo, pues la excitación me obligó a gritar como una perra en celo. Con cada golpe que recibía gemía y rogaba internamente que pudiera abrirme y partirme en dos. Sentí cómo crecía el orgasmo entre mis piernas: loco, salvaje y arrebatador. Nació desde el centro de mi coño hasta apoderarse de todo mi vientre y terminar expandiéndose hasta mi cuello.

Lorena me dejó descansar un momento, mis jugos saliendo de mi concha y manchando el suelo con un sonido hueco. Mi ama regresó con unas bolas de placer, unas pinzas y un falo eléctrico; pero eso es parte de otra historia.

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