Cuarto Oscuro

NOTA: La historia se centra en esa clase de mujer que tanto me gusta, yo diría me hace perder la cabeza… las chicas pertenecientes a ese movimiento cultural y musical que recibe el nombre de gótico y que a mi me apasiona, un look, una belleza, una imagen que me tienen obsesionado desde hace muchos, muchísimos años.

Hace ocho años, en el intervalo de tiempo transcurrido entre mis dos últimos trabajos, aproximadamente unos cuatro meses, no estuve inactivo. Después de varios días de distensión y asueto libre ya de las zarpas de mi severísimo, intolerante e iracundo jefe, recibí una inesperada llamada telefónica de un gran amigo de Sevilla, Maroto, llamada que fue toda una sorpresa.

Cogí el teléfono y me comentó lo siguiente: “Agu, soy Maroto, ¿estás trabajando ahora?”

– “No, en estos momentos estoy ocioso por completo, ¿qué te cuentas Maroto?” Le respondí.

– “Quisiera tener una charla contigo, me gustaría que nos viésemos lo más pronto posible.”

Este hombre era mi ídolo desde hacía tiempo, emprendedor, amante del riesgo, nunca supe cómo se las componía para extraer algo de la nada más absoluta pero hasta el momento todo lo había llevado a cabo conjuntamente con alguien con más poder económico que él, nunca solo. Me comunicó que había sido agraciado con una gran suma de dinero en la lotería y se había arriesgado a establecerse por su cuenta terminando de proyectar y finalmente abrir un local, un enorme club gótico o dark-wave para las noches sevillanas; cosa que no me extrañó ya que él sentía la misma afición que yo por ese tipo de música electrónica y futurista.

Le pregunté cuál sería mi función en ese club y si no habría problemas con el vecindario de los alrededores del local a lo cual me contestó que no podíamos contemplar esa posibilidad dada la ubicación en que se encontraba, una zona exclusivamente de ambiente nocturno en la que se concentraban muchos puntos de reunión para gente joven, y no tan joven alejada de cualquier comunidad de vecinos o urbanización que pudiese interferir en la buena marcha del negocio.

 

 

Quedamos al día siguiente el cual me puse en marcha dirigiéndome al punto indicado por él y ya en el lugar en concreto, quedé asombrado con lo que allí me encontré: Un establecimiento dotado de la más avanzada tecnología, todo futurismo, debía haber invertido una fortuna en su construcción. Me hizo una demostración del impresionante montaje de sonido del recinto rodeado por otros bares de ambiente, estrictamente informatizado y con todos los problemas técnicos resueltos por un equipo de especialistas siempre a su disposición , así como de la increíble iluminación y de todos los adelantos que había incorporado incluso en los servicios, nada usuales por estas latitudes y que yo sólo había visto en mis viajes al extranjero.

Y por fin puso en mi conocimiento la que iba a ser mi misión en ese local. Con el fin de hacer algo diferente que hiciese más atractiva la visita, había instalado en la parte trasera que daba a un callejón vacío dos cuartos oscuros con el objeto de acoger a quien quisiera acabar o empezar la noche, según se mire, de forma algo traviesa, es decir, dos salas sin luz en las que tener un contacto sexual anónimo con alguien desconocido. 

Junto a las dos salas se levantaba una cabina en la que yo me haría cargo de su gestión velando para evitar cualquier tipo de incidente. Para ello contaba con dos pantallas de ordenador con sonido conectadas por webcam con cada una de las habitaciones a través de las cuáles podría oír en todo momento lo que aconteciese en su interior pese a recibir una imagen negra obviamente. Una de ellas albergaría sólo hombres homosexuales y la otra mujeres que desearan tener un contacto o bien con un hombre o tal vez con otra mujer.

Sobre la puerta de entrada de cada una, una lámpara verde indicaba si había entrado alguien en espera y otra roja se encendía cuando ya se estaba teniendo sexo dentro quedando la puerta cerrada pudiéndose abrir únicamente desde dentro. Sólo tendría que intervenir en caso de presentarse alguna desavenencia entre sus ocupantes poniéndome inmediatamente en contacto con mi amigo que ya emprendería las acciones oportunas para suprimirla. Mi horario sería de diez de la noche hasta hora de cierre, muy pronto pues entre semana y más tarde en viernes y sábado, noches de mayor afluencia de gente. Una vez vacías, debía entrar y proceder a su limpieza e higiene así como la de los dos pequeños aseos con los que estaban equipadas y controlar el suministro de preservativos de la máquina exterior para que siempre hubiese de sobra.

Comencé un jueves de aquél mes de octubre. Aquella primera noche fue relativamente tranquila, tan sólo en la habitación de los hombres se sintió algo y fue en verdad morboso escuchar esos suspiros, esas respiraciones en aquél siniestro monitor.

Pero la madrugada del viernes iba a ser distinta. Llamé por teléfono a un primo que vive también en Sevilla, compañero de más de una y más de dos fiestas, para que me hiciese compañía en aquella noche que se adivinaba bastante más complicada que su predecesora. Ambos estuvimos hablando, bebiendo y oyendo la música que sonaba en el local hasta que por fin los más traviesos se decidieron a entrar en la sala homosexual alrededor de las doce de la noche. Con cara de asombro, mirábamos la oscura imagen y oíamos esos constantes gemidos emitidos probablemente por más de dos personas e imaginando lo que estaría sucediendo allí dentro en esos instantes y debo confesar que me encontraba algo excitado por ello.

En la sala femenina hasta entonces no había entrado nadie, pero más tarde de las dos, mi primo salió a tomar el aire y me dijo nervioso que se había encendido la luz verde en ella. Sin pensarlo dos veces y en uno de esos momentos de locura que en ocasiones nos asaltan sin explicarnos el por qué, le pedí que se quedara dentro de la cabina para de ese modo, entrar yo en la sala y vivir esa experiencia con esa presunta chica que se hallaba en espera antes de que se me anticipara otro intrépido aspirante a disfrutar de algo femenino. Así lo hice, abrí aquella puerta que con prisa cerré para quedarme en la más completa oscuridad solamente interrumpida por la tenue luz roja situada bajo el colchón a la izquierda de la habitación.

En esto sentí alguien que se me acercaba lentamente hasta encontrarse frente a mí. En ese momento nos miramos sin ver nada y si yo supiese explicar a fondo la naturaleza de aquella mirada, habría explicado también la locura de las relaciones entre los seres humanos y del sexo en particular. Corren malos tiempos para tener sexo con desconocidos pero esa noche estaba nada más y nada menos que con una chica gótica, mi sueño inalcanzable y aunque no la veía ni sabía cómo era, la imaginaba como a mi me gusta, con esa piel blanca, ese flequillo sobre la frente (quizás soy adicto a la tricofilia también, un psicólogo estaría encantado de tenerme como paciente,) ese cuerpo
delgado, esa ropa oscura.

Por un tácito acuerdo, ninguno de los dos dijo ni media palabra. Dirigió su mano hacia mi cara, la tocó, y yo hice lo propio con la suya para continuar con sus brazos en los que noté una especie de escarificaciones o tatuajes hechos a bisturí. Se acercó y me besó al principio tímidamente pero a medida que avanzaban los segundos, su lengua en cuyo extremo sobresalía un redondo piercing no dejó de penetrar en mi deseosa boca al tiempo que acariciaba su largo pelo y notaba varios anillos incrustados en una de sus orejas. Mordió mi labio inferior con mucha fuerza y bajó hacia el cuello que absorbió con gran intensidad haciéndome imaginar la marca que presentaría en él los próximos días.

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Noche de estreno

Con una agitada respiración, fuimos quitándonos la ropa que dejamos sobre el colchón al que nos íbamos acercando lentamente a la vez que se arrodillaba e introducía el pene en su boca mordiéndolo desde la base hasta finalmente la puntita en cuyo orificio introdujo el piercing de su lengua lo que me resultó algo molesto y me hizo temer ciertamente por la integridad de mi miembro que en esos instantes se encontraba abandonado a su merced conjuntamente con los testículos sobre los cuales también deslizó su lengua y succionó peligrosamente. Ésta chica me estaba haciendo verdaderamente pasar miedo y sentí la tentación de salir corriendo pero no lo hice ya que pese a todo, me había puesto ardiendo y tenía de acabar, de lo contrario me volvería loco.

La eché sobre el colchón y penetré con fuerza pero acariciando su cuerpo por entero con suavidad comprobando lo increíblemente delgada que estaba, casi en los huesos pero con un sexo hambriento que no dejaba de contraerse en ningún momento así como tampoco desaparecían sus constantes gemidos ni dejé de sentir sus uñas clavándose y arañando mi espalda. Tras no se cuánto tiempo, eyaculé envuelto en un orgasmo de esos que pocas veces se disfrutan y que te dejan sin respiración después de lo cual nos vestimos lo mejor que pudimos en silencio y salimos de la sala, primero ella y a los pocos minutos yo con el objeto de conservar su identidad y anonimato.

De regreso a la cabina, mi primo bromeó al ver de qué manera me había dejado, sobretodo el cuello y las marcas en labios y espalda mientras yo me recuperaba aún del contacto que acababa de tener con las piernas todavía temblonas y respirando agitadamente. Alrededor de las cinco y media, entré en las salas para asearlas y eliminar toda la suciedad que pudiese quedar, primero en la femenina en la que no había vuelto a entrar nadie más en el resto de la noche desde que la desocupamos nosotros dos. Encendí la luz y observé en el suelo el líquido que había expulsado de su vagina y algunos restos de saliva de la chica que aún permanecían agachándome y tocándola con los dedos. Posteriormente un inesperado esfuerzo me aguardaba en la sala homosexual en la que tuve que recoger varios preservativos usados y quitar las gotas de semen que estaban salpicadas por varios lugares e incluso esparcidas en las negras paredes.

Pasé el sábado en casa de mi primo que tuvo la amabilidad de alojarme para no tener que pagar una pensión, obsesionado sin poder dejar de pensar en la noche anterior hasta llegar la hora de incorporarme a la cabina una vez más. Al abrir la puerta vi en el suelo un papel con algo escrito o al menos eso parecía. Rápidamente lo cogí y en efecto, leí una nota en la que decía lo siguiente:

“Anoche estuve contigo en la sala, no me preguntes cómo se que fuiste tú, simplemente lo se. Perdóname, se que me pasé y mucho pero disfruté como una loca y me alegra que no lo dejases a medias. Si quieres ver cómo soy, el próximo viernes estaré en el club, me identificarás fácilmente porque llevo todo el cuello tatuado por completo pero por favor, no te acerques a mi, no me digas nada, no quiero tener ningún lazo de afecto con nadie. Si te gusto, cosa que dudo bastante, te esperaré el sábado sobre las dos en la sala aunque ya sabrás lo que te encontrarás pero si no vienes, lo entenderé y me marcharé.”

Desconcertado y sorprendido, solamente dejé que pasaran los días hasta la llegada de ese viernes, no podía hacer otra cosa más que aguardar una larga semana para poder poner rostro a esa oscuridad que me acompañó anoche y preguntarme cómo supo que era yo, quizás habló algo con mi primo durante el tiempo que estuvo en la calle, ¿o tal vez ya se conocían, reconoció mi silueta al entrar por la puerta? ¿Pensó que yo era la única persona que pudo saber con esa rapidez que ella estaba dentro dada mi cercana posición? Quién sabe.

 

Y por fin, como un meteoro celeste, sobrenatural e impersonal, llegó el viernes. Pedí permiso a Maroto para abandonar la cabina y pasar un rato tomando algo y viendo el ambiente del club a lo que accedió sin ningún problema y así fue como me encontré sentado en la barra mirando hacia todos los lugares, rodeado de personas con aspecto vampírico que bailaban de forma un tanto extraña pero mi mirada se centraba principalmente en el cuello de todas las chicas hasta que de repente envuelta en la penumbra de la pista oscura, apareció.

Realmente su cuello se hallaba tatuado totalmente tal y como me dijo en su nota, su cara pálida en extremo, fantasmagórica y coronada por un flequillo oscuro, presentaba una expresión dura que en verdad asustaba, su cuerpo delgado quizás demasiado y vestido de negro con enormes botas, dejaba al descubierto unos antebrazos de aspecto terrible con esas marcas incrustadas en la piel. En definitiva, una chica que ningún respetable burgués desearía encontrarse caminando solo por la espesura de un bosque. Mostraba una imagen diabólica que no me impedía pensar que esa persona tenía una vida, una familia, un pasado, un corazón y un cerebro que controlaba unos ojos oscuros que pronto se encontraron con los míos.

Y no fue una mirada normal porque aquella mirada no se cruzó entre una mujer y un hombre, fue una mirada intercambiada como a través de la pared de vidrio de un acuario entre dos seres que viven en medios diferentes. En ese momento supe que no había nada que hacer, que nunca podría aspirar a tenerla, a conocerla, a conversar con ella, qué sólo podría tocarla en aquél tenebroso cuarto trasero y nada más. Y ante su puerta volví a situarme poco más de veinticuatro horas después tras comprobar que se había encendido nuevamente la lámpara verde a las dos y cinco de la madrugada. Dudé y estuve indeciso a lo largo de más de diez minutos hasta que finalmente traspasé el umbral…

…Y de nuevo quedó todo oscuro.

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