El Mejor Regreso…

Un bus fue testigo de nuestra lujuria…

Era el momento de regresar, luego de una ardiente tarde sentados en la playa de Valparaíso, donde mis manos recorrieron su sensual cuerpo por completo y nuestra lujuria dominó por completo nuestros sentidos.

Era el momento de regresar a Santiago. Como dije anteriormente, no pude ocultar mi frustración al ser mi lujuria y mi excitación detenidas por el cruel paso del reloj. Debíamos volver a casa, teníamos universidad al día siguiente y no podíamos faltar. Sin embargo, algo encendió en mi cuando con su tierna voz me dice en el oído:

“No pongas esa cara, cariño mío, estuvo delicioso. Te has ganado una exquisita sorpresa para cuando lleguemos al bus.”

Quedé totalmente intrigado por aquella misteriosa sorpresa que me esperaba. Luego de ordenar nuestras ropas y de alistar nuestras mochilas, nos dirigimos de la mano hacia el terminal de bus. Sigo recordando lo sensual que se veía con esa polera roja, cómo destacaban sus suaves pechos, y sus jeans negros ajustados, no podía dejar de ver su trasero en cada momento, grande, suave, me daban ganas de morderlo.

En cada momento, en ese retorno por la playa, no podía evitar abrazarla, besarla, decirle lo muy caliente que había quedado en esa tarde al recorrer su intimidad con mis dedos. A ratos la abrazaba por detrás, haciendo que sintiera mi dura erección a la altura de su trasero, a lo que ella respondía con sensuales movimientos de cadera. Me volvía loco.

Llegamos al terminal a las 8:50pm, en 10 minutos más saldría nuestro bus a Santiago. El día tan agradable que disfrutamos, se oscureció por la presencia de unas nubes negras, tan cargadas como lo estaba yo. Había mucha gente, como era día domingo, es clásico que los terminales estén más llenos que el resto de los días, nuestro bus se llenó de inmediato, pero no tuvimos problemas con los pasajes ya que los habíamos comprado mucho antes. Naturalmente nos ubicamos en dos asientos juntos.

Al poco tiempo de recorrer por la carretera, Andrea me dice que siente un poco de frío, que por favor sacara una de las frazadas que cada bus tiene para los pasajeros. Justo en ese momento pasa el auxiliar pidiendo nuestros boletos, se los entregué y saqué la frazada para, posteriormente, taparnos bajo de ella. Ella se acurruca muy tiernamente a mi lado y cuando ya está acomodada, me vuelve a decir:

“Listo, cariño, es hora de que recibas tu sorpresa.”

 

Mi corazón estuvo a punto de salirse de mi pecho, ella tomó mis manos y, cubiertos por la frazada, las llevó hacia su entrepierna. Tenía una erección que no podía disimular y que ella había sentido ya que sus manos no perdieron el tiempo y fueron a dar hacia mi paquete. Ella, con disimulados movimientos, desata el botón de su jeans negro y baja su diminuto cierre. Para acomodar más la situación, ella se baja un poco los pantalones y, mientras lo hace, me fijo en los demás pasajeros a nuestro alrededor, algunos dormían, otros simplemente miraban por la ventana el oscuro paisaje.Teniendo todo a mi favor, mis dedos volvieron a penetrar su húmeda vagina, tal como lo hicimos en aquella playa un par de horas antes. Que delicia, sentir esa suavidad, esa humedad, esos pequeños gemidos que trataban de pasar desapercibidos. Con dos de mis dedos, la penetraba, la hacía temblar, era completamente mía.

Posteriormente, cambiamos de posición, fui yo quien se acurrucó en ella, parecía que dormíamos, pero bajo la frazada de ese bus, mi boca fue a dar a sus pechos, sus suaves pechos, los lamí con ternura y salvajismo. Nada puede superar la textura de un pezón en tus labios junto con aquellos disimulados gemidos que provenían de ella. Mientras mi lengua recorría su pecho derecho, mi mano recorría su pecho izquierdo con suaves recorridos, a ratos aprisionaba su pezón con mis dedos índice y medio, eso la volvía loca. No sé cuánto tiempo lamí sus pechos, el tiempo estaba alterado, sólo sé que los devoré, me los hubiera comido. Mientras escribo estas líneas, recordando ese momento, no puedo evitar el tener una enorme erección encerrada en mi bóxer.

Bueno, volviendo a la historia, seguía lamiendo sus pezones, a ratos buscaba su boca y la besaba con pasión, con amor y lujuria. Mis manos cuando se cansaban de tocar sus pechos en esa posición tan extraña en la que estábamos en aquel bus, bajaban y se reencontraba con su húmeda entrepierna. Hubo un momento en que se acercó el auxiliar para ir a buscar algo al fondo del bus, fue el único momento en que nos quedamos quietos, para hacerle creer que dormíamos. Cuando se retiró, mis dedos siguieron explorando su vagina, jugaban con su vello, totalmente mojado, mis dedos la penetraron hasta el fondo, sus movimientos me indicaban que tenía un orgasmo en aquel momento.

Con sus tiernas manos tomó la mía, apartó los dos dedos húmedos que tan a fondo la habían explorado, los tomó y se los llevó a la boca, con excitantes movimientos lamió mis dedos, tal como si fueran mi duro pene. Su lengua los recorrió por completo, a ratos los mordía, mientras que en mi mente sólo deseaba que hiciera lo mismo, pero con mi erección verdadera. Al sentirme tan caliente por lo que ella hacía, cambiamos la posición, era ella quien se acurrucaba en mí, nos cercioramos de que la frazada nos cubriera bien y que nadie en el bus nos estuviera mirando. Con sus manos, tocaba mi entrepierna y notaba lo duro que estaba mi pene, me miraba con esa cara de lujuria, de hembra en celo que me mataba.

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Se acurrucó en mí, mientras que con sus manos, desabrochaba mi pantalón. Con algo de dificultad me los bajé junto con mis bóxer, ahora, ella era dueña de mi excitación.


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Con sus pequeñas manos tomaba mi duro pene, con sus dedos lo recorría, tocaba mi glande que estaba lleno de líquido, humedecía sus dedos y, posteriormente, los llevaba a su boca. Yo estaba loco, a punto de venirme. Ella besaba mis labios y con sus manos empezaba a masturbar con suaves movimientos a mi pene, lo agitaba de arriba hacia abajo, mientras mi respiración se agitaba más y más. De pronto, su cabeza poco a poco se fue dirigiendo hacia mi pene. Lo tomaba con su pequeña mano, y yo sentía como mi glande era recorrido por sus labios. Era indescriptiblemente delicioso, de pronto ella alejo su mano de mi pene, para poder introducirlo por completo en su boca. No podía controlar mis movimientos de cadera, que hacían que mi pene llegara casi a su garganta. La atoré por un par de segundos, se reincorporo y se puso a toser por un instante, me miro y me dijo:

“Tranquilo, cariño, no tan fuerte, por favor,” y volvió a acomodarse para seguir.

Sentir mi pene entrando y saliendo de su boca, sus labios recorriendo mi sexo en toda su extensión, era algo de otro mundo. De repente, saco mi pene de su boca y empezó a lamer mis testículos, en varias ocasiones me dijo lo mucho que le gustaba hacerme eso, lamer mis bolas, sentir su suavidad. Nuevamente se reincorporo tragando mi pene, mordiéndolo, apretándolo entre sus labios. Después se acomodo a mi lado, masturbando mí sexo con sus manos, preguntándome al oído si me gustaba lo que ella hacía, claramente le contesté que sí, con voz baja, para que nadie escuchara. Luego me dijo una frase que jamás podré olvidar:

“Trata de no gemir tan fuerte cuando acabes, o nos descubrirán.”

Eso simplemente me mató, ella volvió a su posición, introdujo mi pene en su boca y siguió chupándomelo, yo era como un volcán a punto de estallar. De pronto, la vista se me nubló, sentía como mi semen recorría el cuerpo de mi pene, apreté el mango del asiento del bus y eyaculé en su boca, sentía cómo eyaculaba en aquel cálido espacio de su boca, no lo hice una vez, sino que sentí cómo mi semen salía por grandes chorros unas dos o tres veces. No pude evitar el gemir orgásmicamente, traté de ocultarlo con un sonido de tos, fue algo muy extraño, casi ridículo, había tenido el mejor orgasmo en tanto tiempo y tuve que ocultarlo con una inexistente tos.

Por otra parte, ella poco a poco se reincorporaba a mi lado, se había tragado toda mi leche, toda. Pero no se detuvo ahí, volvió a colocar su tierna boca en mi pene, con su lengua comenzó a limpiar cada rastro de semen en mi sexo, no pude evitar los espasmos de excitación que me provocaba eso. Una vez terminado, un tierno beso nos dimos, un apasionado beso como los novios que éramos. Arreglamos nuestras ropas, subimos nuestros pantalones y seguimos con el viaje. No pasaron más de 15 minutos cuando llegamos a Santiago, nuestra ciudad.

Al bajar del bus, me fijé en los rostros de los pasajeros, todos tenían cara de estrés o de extremo cansancio, éramos los únicos que bajamos con una sonrisa de oreja a oreja. Ese viaje fue tema recurrente de nuestras conversaciones e invadió nuestros deseos lujuriosos por mucho tiempo. Nuestro excitante viaje a Valparaíso, una ida y una vuelta.

 

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