Un Postre Delicioso

Esa tarde la esperamos a comer, finalmente llegó. Siempre nerviosa y con una risa traviesa que pretende ser disculpa de algo que no es en realidad importante.

Su blusa blanca, suelta no dejaba escapar las formas de sus pechos; no sé porque a veces pareciera querer ocultarlos, pero bueno, así es Carla. Su pantalón de mezclilla ajustado y sus sandalias artesanales que permitían lucir sus pequeños pies blancos, sus deditos cortos, tal vez nada sensuales pero definitivamente lindos.

La mesa estaba servida, mi esposa Mónica con sus cuarenta y algo de años cargados de sensualidad aguardaba sonriente; Carla llegó hasta ella después de saludarme con un abrazo y un beso apresurados, más por ése miedo que dice tenerme que por otra cosa. Mónica ataviada con su traje hindú blanco de casaca y pantalón de algodón algo suelto no pretendía ocultar nada, ella no tiene un cuerpo de modelo pero no lo necesita, su sensualidad es más fuerte para cautivar. Calzaba unas hermosas sandalias de delicadas tiritas y piedras en color café oscuro que hacían resaltar la blancura de su piel y el tono del esmalte de uñas rojo cereza que remataba cada uno de sus largos dedos.

Carla la abrazó efusiva y cariñosa, le dijo lo linda que era y agradeció la invitación. Bueno, estamos los tres solamente ¿no? confirmó dando pié a la conversación que giró en torno a los hijos lejos de casa y esas cosas que uno suele decir. Carla habló de lo difícil que le resulta dejar a su pequeño de año y meses con su madre, y que si el trabajo y el azul del cielo. Durante la cena la conversación fue cálida, era evidente el cariño enorme que mi mujer y yo sentimos por Carla y obviamos el tema de su matrimonio para disfrutar la tarde.

El vino poco a poco nos fue relajando y llegamos al postre. Carla de inmediato respondió con un no a la pregunta de si quería postre; que estaba satisfecha, que preferiría el postre para más tarde. Así pues les invité para que subieran a ver el video del viaje que hicieran juntas hace algún tiempo, mientras yo me ocuparía de levantar la cocina. Así lo hicieron, pero antes entregué un par de copas generosamente servidas de licor dulce con hielo para la digestión.

Ambas pusieron carita de niñas traviesas y cuando se disponían a subir la escalera, las detuve. En ocasiones pido a mi mujer detenerse en el escalón en donde sus pies quedan a la altura de mis labios, ahí ella sabe que debe descalzarse y ofrecerme sus deditos para lamérselos y besarlos delicadamente. Mónica comprendió mi llamado y se descalzó cumpliendo el ritual; mientras Carla nos miraba aprobando y tal vez deseando ser parte del mismo. Mónica dejó las sandalias en la escalera y siguieron su camino.

Mientras tanto yo me ocupé de dejar la cocina en orden. Cuando terminé me puse frente a la pantalla y busqué la página que tanto disfrutamos todos: Me fui poniendo a tono y poco escuchaba de Carla y Mónica que se encontraban en la recámara principal. Después de un largo tiempo subí silenciosamente la escalera pues no había indicios de que alguien estuviera arriba. Me asomé a la habitación y en la enorme cama se encontraban profundamente dormidas, efecto de la comida y el vino, las dos mujeres abrazadas.

 


Entré y contemplé a Carla dormir con esa sonrisa dulce en su rostro. De pronto al sentir mi presencia abrió los ojos y me miró un poco extrañada; esa sensación de no saber en dónde nos encontramos cuando dormimos fuera de nuestro habitual nido. Le sonreí y ella comprendiendo en dónde estaba me devolvió la sonrisa al tiempo que yo, colocando un dedo sobre mis labios solicitaba su silencio para Mónica.

Carla comprendió y se escapó de la cama cuidadosamente; había descalzado sus pies y se encaminó al baño: “Creo que voy a hacer mucho pipí,” me dijo con su carita pícara. Al entrar al baño dedicó una mirada furtiva a la enorme tina de hidromasaje y luego me regresó la mirada.

“¿Te quieres meter a la tina?” Pregunté en voz baja.

“Sí,” respondió, “pero primero mira para otro lado.”

Desde la recámara escuché el sonido de su orina escapando, imaginé, por tan lindo agujerito. Desee en ése momento entrar y lamer su conchita cuando terminase, sólo quedó en mi deseo. Regresó a la habitación y miró los pies de Mónica, al tiempo que decía en voz baja:

“Siempre tiene los pies lindos, cómo me gustaría arreglármelos así, pero no tengo esa habilidad y tampoco el tiempo para ir a que me los pinten.”

Mónica empezó a desperezarse y nos miró diciendo: “Que rico dormí ¿dormiste Carla?”

“Rico,” respondió ella.

Le dije entonces a Mónica: “Dice Carla que tienes unos pies muy lindos; cuéntale que tú te los acicalas.”

“¿Cierto?” Preguntó Carla.

“Sí,” dijo Mónica, “por cierto tengo pensado hacerlo ésta tarde, claro, si no tienes inconveniente, pues no quiero que pienses que soy mala anfitriona.”

“Eso nunca lo pensaré, además creo que disfrutaré de acompañarte mientras lo haces.”

Yo mientras tanto fingía poner atención en la tele, que la había encendido mientras ellas hablaban. Así Mónica se dirigió al vestidor a sacar la tina que tiene destinada para tal fin y se dirigió con el trasto hacia el baño, en donde la llenaría con agua caliente.

“Por cierto,” le dijo a Carla, “si quieres ponerte cómoda, ahí puedes tomar un pantaloncito corto.”

Carla se dirigió al vestidor y se cambió los pantalones de mezclilla por el pantaloncito corto. Si bien sus piernas no son nada del otro mundo, siempre es mejor contemplarlas así. Yo, como decía fingía estar muy interesado en la construcción de una plataforma petrolera, cuando en realidad estaba deseando hacer algo con ese fuego interno, que de no haber un mundo de distancia, hubiese hecho explotar el Mar del Norte con todo y plataforma de exploración petrolera con mi sólo calor.

Pronto Mónica extendió un tapete en el suelo, colocó sus pies al interior de la tina de agua caliente, mientras Carla sentada a un lado de la cama observaba sin perder detalle el ritual del pedicure.

“Bien, he terminado con la primera parte,” dijo, “después del baño los pintaré. Carla ¿quieres que te haga el pedicure?”

Yo fingí indiferencia y no pude dejar de sentir una leve erección.

“No,” respondió Carla con un no más falso que mi pretendida indiferencia; “aunque si te digo la verdad no quiero parecer abusiva, pero es que quisiera lucir tan linda como tú.”

No se habló más, en unos minutos había agua limpia y caliente en la pequeña tina, Carla tomó asiento en el borde de la cama y se dispuso a meter sus lindos piecitos en la tina, al tiempo que Mónica se sentaba en el suelo a esperar que el agua caliente ablandara todas aquellas partes que debería recortar, rebajar y finalmente pulir con una piedra volcánica muy fina. Me levanté de la cama pretextando ir a la cocina por agua fresca, pues el vino me causaba una enorme sed. En realidad quería disfrutar de la provocación erótica de la escena, y por poco me siento descubierto pues mi erección fue casi violenta. Salí de inmediato volviendo con tres vasos de agua fresca

“¿Gustan?” Invité.

Ellas me respondieron con una sonrisa, pero en el rostro de Carla pude advertir que el tono de sus mejillas era muy intenso y no era precisamente por el agua caliente sino por el trato delicado que estaba recibiendo.

“Por cierto,” dije: “Mónica, creo que a Carla le gustaría disfrutar de la tina de hidromasaje ¿se las preparo?”

Ambas se miraron cómplices y yo no esperé la respuesta. Entré al baño e hice los preparativos. Estando ahí se me ocurrió una idea muy dulce y ofrecí:

“Chicas, no han tomado el postre, se los serviré en la tina.”

Bajé a la cocina y abrí una lata de melocotones en almíbar, los corté en finas rebanadas y los coloqué en un plato hondo, no sin antes agregar un generoso tanto de licor. Cuando subí Mónica estaba desnudándose para entrar a la tina y me miró como diciendo: Queremos un poco de privacidad. Comprendí en el acto, dejándole en las manos el plato del postre.

Read this hot story:
Cuarto Oscuro

“No trajiste cucharitas ni platos para servirlo, aunque… deja, los comeremos con los dedos.”

Carla esperaba pudorosa a que yo saliera de la habitación, mientras yo daba vuelta hacia mi biblioteca a dejar que las cosas sucedieran. Al cabo de un tiempo escuché risitas traviesas y volví sigiloso sobre mis pasos. La puerta del baño estaba bien abierta y desde la habitación con la luz apagada se podía contemplar la escena completa a través del enorme espejo del tocador, sin ser visto. Carla tomó una delgada rebanada de melocotón y se la ofrecía a Mónica en los labios.

Así una y otra vez, hasta que la miel con licor escurrió en el pecho de Mónica y al momento que ésta intentaba recogerla con su dedo, Carla deteniéndole la mano, se acercó suavemente y lamió el pecho de mi mujer. Nada sucedió, sólo una risita nerviosa de Mónica, así que Carla no tuvo reparo en continuar el delicioso juego del postre.

“¿Sabes?” le dijo a Mónica, “me excitó mucho que me acariciaras los pies ¿puedo?” dijo al tiempo que le tomaba el pié sacándolo del agua al y colocaba entre los deditos una delgada rebanada de melocotón llevándolo hasta sus labios.

Comió el dulce y se quedó lamiendo cuidadosamente cada dedito hasta dejarlo limpio otra vez. Mónica tomó el tazón del postre y sacó dos rebanadas amarillas que colocó una sobre cada uno de sus pezones; Carla inmediatamente los hizo desaparecer en su boca, repitiendo el cuidadoso proceso de limpieza que iniciara en el pié un momento antes. Carla se levantó y se colocó en la parte de la tina para sentarse y separó las blanquísimas piernas.

Yo sentía que podía explotar en cualquier momento, así que me arriesgué. Carla con el tazón en una mano, tomaba varias rebanadas del preciado dulce colocándolos primero en sus enormes tetas y después colocó entre su conchita una más introduciendo sus deditos en donde era evidente por su brillo, el fuego de su ser. Entré pues en escena al tiempo que Mónica iniciaba a retribuir las dulces mamadas de tetas que recibió pero ésta vez con premio mayor: La ardiente y dulce concha de Carla.

Carla que me miraba de frente parecía esperar mi aparición; ni se inmutó. Susurró al oído de mi mujer tomando su cabeza entre sus manos como para evitar que se despegara de sus tetas: “Tenemos visita.” Mónica trató de voltear pero no lo consiguió.

“Tranquila,” dije, “yo disfruto tanto como lo disfrutan ustedes.”

Al tiempo metí mi mano en la tina y alcancé, por la forma en que ella se encontraba, de rodillas frente a su diosa, a meter mis dedos en su conchita. Entraron suavemente hasta el fondo; descubrí que Mónica, Carla y yo podríamos fundir todo el hielo del ártico que minutos antes había visto en el televisor. Mónica disfrutó mis caricias al tiempo que buscaba su postre, y no precisamente el melocotón, en la conchita de Carla. Yo retiré mi mano y me desnudé tan veloz como pude. Acariciaba mi enorme verga mientras deseaba introducirla en el primer lugar vacante que encontrara.

Mónica se volteó y dijo: “Quiero postre.”

Colocó una rebanada amarilla sobre mi instrumento al tiempo que iniciaba, literalmente, una dulce mamada. Por su parte Carla desde atrás la abrazó con dulzura de melocotón mientras sobaba sus tetas. Pronto bajó su mano y la introdujo en la conchita de Mónica acariciándola rítmicamente. Yo recibía toda la intensidad de su calentura en la mamada que me hacía sentir al borde de la locura; sólo acertaba a decir así, así, así… y ellas felices dándose gusto. Pronto no pude más, levanté a Mónica y me puse de pié dentro de la tina, la hice doblarse un poco hacia abajo para facilitar la penetración desde atrás, de su conchita con mi verga enhiesta.

Carla de inmediato se puso de rodillas frente a ella, con una mano le introdujo una rebanadas amarillas por los labios de la conchita ocupada e inició la tarea de recoger todo el dulce que de ella manara. En eso Mónica se volteó y me dijo: “Mámasela a Carla.”

Le saqué la verga, se hizo a un lado y levantó a Carla y la sentó al borde de la tina. Levantó sus pies, uno en cada mano, los metió uno a uno en el tazón del postre y se colocó uno en el pecho y otro entre los labios, chupándolo apasionadamente. Yo me coloqué hincado frente a la concha de Carla, tomé del tazón un poco de dulce y dije:

“A limpiar, que no quede ni gota de miel.” Pronto obtuve mi recompensa, Carla se vino en mi boca y yo bebí el más dulce jugo que hay sobre la tierra.

Mónica terminó de lamer los piecitos de Carla y le dijo: “Te los pintaré muy lindos, tan lindos como las mamadas que me has dado hoy.”

Carla recogió con su lengua toda la miel que había dejado su piecito sobre el pecho de Mónica y luego se fundieron en un beso en la boca. Yo coloqué unas rebanadas de postre en mi verga y le propuse una limpieza total. Ambas se hincaron, una a cada lado y mamaron todo el dulce que había.

Mónica terminó y me dijo: “Métemela pronto que no puedo más.”

De frente a mí le levanté un poco la pierna y le introduje el instrumento que penetró como cuchillo caliente en mantequilla; Carla mientras tanto se masturbaba frenéticamente con su manita y con la otra sobaba el culo de mi mujer. Ambos llegamos al final; Mónica se apartó de mí y se hincó frente a Carla y terminó con ella hasta conseguir una nueva venida.

Finalmente Carla dijo: “Creo que lo más rico de la comida de hoy, ha sido el postre. Yo nunca imaginé que una lata de melocotones fuera un manjar tan excitante.”

Mónica dijo: “Aún no hemos terminado, falta ponerle color a esos lindos deditos.”

Los tres entramos a la ducha y nos quitamos los restos de miel y licor y cada uno salimos y con nuestras respectivas toallas nos secamos. Las mujeres, traviesas se tomaron de la mano y corrieron desnudas a la cama; ahí Mónica tomo entre sus manos los piecitos de Carla y los besó con ternura al tiempo que le decía: “Te quedarán muy lindos, ya lo verás.”

Así se dispuso con el esmalte a cumplir su promesa; luego tomó una revista y los abanicó para acelerar el proceso de secado. Mientras esto sucedía Carla separó sus piernas y empezó a acariciarse la conchita. Mónica mientras hizo con sus piecitos otra obra de arte. Finalmente se los abanicó, mientras Carla continuaba dándose placer con su manita. Cuando mi mujer terminó le pedí una nueva mamada, pues tenía el instrumento a toda su capacidad y a punto de reventar con semejante escena.

Mónica se colocó frente a mí bajando su boca lentamente, hasta que introdujo mi verga en su interior. Cuando estuve a punto le pedí que se colocara sobre la cama en posición para ser penetrada en su conchita desde atrás. Lo hizo y cumplí mi deseo, al tiempo que Carla colocaba su conchita en la boca de mi mujer, quien continuó lo que había iniciado en la bañera hasta que los tres obtuvimos una nueva recompensa de placer. Carla se fue esa noche a casa muy contenta prometiéndonos que estaría gustosa de un nuevo postre en la próxima ocasión.

Leave a Reply